UNA VIDA
A TRAVÉS DEL CINE. Homenaje a los cines de Valencia.
1
Desde pequeño
recuerda su pasión por el séptimo arte. King Kong fue la
primera película que recuerda haber visionado con el beneplácito de sus padres
en una sesión de noche frente al televisor.
Rememora la furia
de aquel gorila gigantesco, luego su ternura, y después, su violenta y
dramática destrucción. Fay Wray fue su primer mito erótico, la fragilidad de la
protagonista frente a la bestia enamorada que la acariciaba con su enorme dedo.
La sensualidad de la actriz con esas ropas desgarradas que le provocaron sus
primeros sueños húmedos.
Aún evoca la sensación de felicidad, sentado en el regazo de su padre, mientras
le hacía cosquillas en la espalda frente al antiguo televisor «Zénit», testigo
de la muerte del dictador. La pantalla acumulaba estrellas: Fred Astaire y
Ginger Rogers, los Hermanos Marx, John Wayne, Gary Cooper; y sus actores
favoritos, Cary Grant, con su elegancia en Con la muerte en los talones y
el imponente físico de Burt Lancaster en El halcón y la flecha.
Sus primeras proyecciones
fueron en el Liceo Francés de Valencia. Cierra los ojos y visiona aquella sala
pequeña dónde los alumnos disfrutaban con las aventuras de Herbie el
coche parlanchín con personalidad propia, uno de los films de la factoría
Disney; o la censura en las escenas más explícitas de Fiebre del Sábado
noche.
2
Recuerda los cines por los que fue creciendo:
Las tardes en el Goya junto
a su tío. Viajaba en el tiempo con el personaje de Maciste,en las
pelis históricas de aventuras denominadas Péplums, o las de Tarzán,
ya en color y sin Johnny Weismuller.
El Museo y
la primera visión de El gran dictador.
En el cine Oeste, E.T.
El Extraterrestre conmovió a toda la familia y Terremoto asustó
al público con unos sorprendentes efectos especiales al traquetear las butacas
en las escenas del seísmo.
En el Eslava,
y la proyección de ¿Por quién doblan las campanas? el film
prohibido por el régimen fascista más famoso. Gary Cooper e Ingrid
Bergman protagonizaban esta cinta de hermosa fotografía.
En el Tyris, invitados
al cumpleaños de un compañero de clase, acabaron haciendo el gamberro durante
la proyección de la aburrida Mahoma. Ahora pide perdón por este
hecho.
Los veranos disfrutaba de aquella sala de cine en el
pueblo, que desapareció al poco tiempo. Acudía acompañado de sus padres que se
sorprendieron de la violencia de Mad Max, Salvajes de autopista, (ahora
resulta irrisorio); o aquella sesión doble, con el engañosos título
que no recuerda con exactitud ¿quizás fuese Historia de una monja de
clausura? Resultó una película clasificada "S" de
nacionalidad italiana. Lo que no escapa a su memoria es el desnudo de aquella
joven novicia de cabellos rubios y a su madre pidiéndole que se tapase los ojos
en las escenas subidas de tono. Las rendijas de los dedos resultaron una
bendición de Dios.
3
La adolescencia
significaba libertad de movimientos. Viajaba en tren con la pandilla de
Benaguacil al municipio de Liria, donde existían varios cines. Era toda una
aventura desplazarse sin billete, si el revisor aparecía saltaban del vagón
para subirse a otro con el tren en marcha.
Allí elegían la
sesión doble que más les gustaba, Con frecuencia la programación iba acompañada
de una película de estreno y otra erótica Italiana, los intérpretes eran fijos:
Renzo Montagnani, Edwige Fenech o Álvaro Vitalli, (el erótico Jaimito del
momento).
En una de esas sesiones descubrió el cine en 3 D, con El gorila ataca,
película japonesa de serie B. El público gritaba y se asustaba cuando el enorme
simio lanzaba una serpiente gigantesca a la cámara. Disfrutaba de las
reacciones del personal con sus ridículas gafas.
La belleza de Jesica Lange en Tootsie le enamoró. Hasta tres
veces visionó este film con su amigo Enrique. En casa de su colega, los vídeos
de John Carpenter regalaban tardes perfectas: 1997, rescate en New York o Asalto
a la comisaría del distrito nº 13; añora aquellas conversaciones: amistad,
juventud y amor por el séptimo arte.
El Spaghetti Western de Leone en Por un
puñado de dólares, las aventuras de Terence Hill y Bud Spencer o aquel
extraño experimento del genial Woody Allen en Lilly, la tigresa.
En la capital, acudía con sus amigos al Avenida. Era el boom del
cine erótico: Bilitis, La mujer del Juez, con Norma
Duval, el icono sexual de la época; o las comedias de Esteso y Pajares, siempre
acompañados de féminas ligeras de ropa.
No sólo se alimentaban de películas subidas de tono. El colosal cine Serrano,
perfecto para proyectar Evasión y Victoria, convirtiendo la
sala en un espectáculo de fútbol y cine. O el Lys y la
excelente secuencia bañada en sangre al ritmo de los zapatos de claqué de
Gregory Hines en la soberbia Cotton Club.
Entraba gratis al cine Gran Vía. Su abuelo conocía al portero
de la entrada. Una gozada disfrutar gratis de las aventuras de Indiana
Jones, Alien, el 8º pasajero, Dune o las
secuelas de La guerra de las galaxias, entre otras. Si la ubicación se lo
permitía, repetía la sesión agazapado en la butaca.
En el Instituto coincidió con otros dos enfermos del celuloide.
Impresionante aquella sesión triple de James Bond, en el cine D´Or.
Su amigo Roger, (no era Roger Moore),
grababa cada película con un magnetófono para registrar la banda sonora.
Resultaba increíble escuchar un film como Tiburón sin
imágenes.
La proyección más triste de su vida fue la de En busca del arca
perdida. Uno de sus amigos quedo paralítico al caer de un primer piso,
la pandilla pasó aquella Nochevieja acompañándolo junto al atlético Harrison
Ford y sus aventuras. ¡Qué paradoja!
Esperando
el fatídico día de su incorporación a filas, se obsesionaba completando su
diccionario de directores. Durante años había recopilado filmografías a través
de periódicos, carteleras, revistas y radio.
Se recluía los fines de semana
con cinco o seis películas, aprovechando que su hermana trabajaba en un
Video-Club. Era feliz rodeado de David Cronenberg, Walter Hill, Brian De Palma,
los maestros Alfred Hitchcock y Orson Welles y su Ciudadano Kane;
las películas bélicas de Robert Aldrich o David Lean; los westerns de John
Sturges y Anthony Mann.
La noche anterior a su incorporación a filas sus amigos le organizaron una
despedida, lo mejor fue la proyección en el cine Rex de Mad
Max III y por supuesto Tina Turner y su canción.
El primer destino militar era Cartagena. En sus pocas salidas como recluta,
atraídos por la carnal belleza de Kelly LeBrook (lo mejor de La mujer
de rojo) visionaron el infame film La mujer explosiva. Nunca
entendió como semejante mujer estuvo casada con el cafre de Steven Seagal.
En su lejano destino de Las Palmas de Gran Canaria, dos visitas al cine le
ayudaron a sobrellevar el calvario que padecía: Regreso al futuro y Legend.
Cuatro meses más
tarde, de vuelta a Cartagena y gracias a la buena estrella de una permuta, Ben-Hur se
convirtió en su film fetiche. La proyectaban al menos dos veces al mes, y le
producía un plácido sueño que solo era molestado por la espectacular carrera de
cuadrigas.
4
Al poco tiempo de
acabar la mili, le llegó el amor de su vida. Un amor de cine. No en vano la
primera película que visionaron juntos, en el Aula 7, se
titulaba Delirios de amor, dirigida por varios directores
españoles. Fragmentada en cuatro historias diferentes ofrecía la curiosidad de
estar dirigido uno de los episodios, por ese excelente artista llamado
Luís Eduardo Aute.
Durante los años
siguientes recorrieron las salas de la ciudad visionando cientos de
películas:
la polémica La última tentación de Cristo en el Capitol; clásicos como La noche del cazador en elAragón, ¡Qué grande Robert Mitchum! Y su personaje con sus dedos tatuados con las palabras «amor» y «odio»; El último emperador en el Acteón; Grita libertad y Sinatra con el gran Alfredo Landa en el Paz, una sala que recuerda extensa, grandiosa y que había visitado tantas veces de pequeño;
la polémica La última tentación de Cristo en el Capitol; clásicos como La noche del cazador en elAragón, ¡Qué grande Robert Mitchum! Y su personaje con sus dedos tatuados con las palabras «amor» y «odio»; El último emperador en el Acteón; Grita libertad y Sinatra con el gran Alfredo Landa en el Paz, una sala que recuerda extensa, grandiosa y que había visitado tantas veces de pequeño;
el Artis y el sensacional
director Costa-Gavras y su Caja de música, la espectacular El último mohicano o la última proyección de la sala que recuerda con
tristeza: Ronin; El nombre de la rosa, en el Suizo; Blake Edwards y su inspector Clousseau o Robert
Altman y sus Vidas
cruzadas en
el ABC Marti. Estas fueron las
primeras multisalas de la ciudad de Valencia, que tanto mal han hecho a los
cines de barrio; la tarde tan intensa con los tres films de Eric Rohmer en el Metropol; Terciopelo azul en el Valencia Cinema; Los Monty Python en
el Xerea con La bestia del reino y los caballeros de la
mesa cuadrada y sus locos seguidores.
Recuerda aquel regalo que recibió entre lágrimas, cuando su chica le regalo la
cámara de video. La bonita experiencia del cursillo de cine, dónde
diseccionaron Muerte en Venecia de Luchino Visconti,
descubriendo la belleza de sus imágenes, y el disfrute de la realización de un
cortometraje que jamás olvidará.
Los compañeros del equipo de rodaje fueron invitados a dos estrenos bien
diferentes en la sala de cine del periódico Levante. La flojita Stargate y La
pasión turca. Lo que hubiera dado por continuar en el mundo de la
realización cinematográfica, pero la vida le llevó por otros derroteros.
Las proyecciones al aire libre en verano con su bocata y la bebida le
resultaban de lo más gratificante. La desaparecida Terraza Barcelona y la
antigua Terraza Lumiere (la nueva es demasiado comercial y
ruidosa), con filmes de Stanley Kubrick y de Woody Allen; la soberbia Atrapado
por su pasado de Brian De Palma, con Al Pacino y Sean Penn en estado
de gracia.
La Terraza Flumen en la que deleitaron su vista con filmes tan dispares y críticos como Ciudadano Bob Roberts de Tim Robbins y Un lugar en el mundo, emotiva película del gran cineasta Adolfo Aristarain.
La Terraza Flumen en la que deleitaron su vista con filmes tan dispares y críticos como Ciudadano Bob Roberts de Tim Robbins y Un lugar en el mundo, emotiva película del gran cineasta Adolfo Aristarain.
En la actualidad,
de todas estas salas solo resiste el D´or, último baluarte
para poder disfrutar de una proyección con sabor a los años dorados del
cine.
Estas líneas son el homenaje a todas estos cines desaparecidos y el recuerdo
imborrable de una vida. Los palcos, las trabajadas decoraciones, los techos
infinitos, la inmensidad de los recintos, las grandiosas pantallas, las
monumentales estructuras, las impresionantes lámparas, los maravillosos
fotogramas con sus antiguos soportes, la oscuridad de la sala, esa luz mágica
que se transformaba en imágenes y el anuncio de la música que te envolvía y te
atrapaba hacía otra sesión fascinante que te ayudaba a olvidar un mundo difícil
de digerir. Un mundo que lo fagocita todo, pero que jamás nos quitará la
ilusión del recuerdo.
Termina recordando
el final de Cinema Paradiso y la hermosa música de
Ennio Morricone y aquellos besos inolvidables que hacen saltar las lágrimas de
una vida inolvidable.
UNA VIDA A TRAVÉS
DEL CINE.
José V. Navarro.
Noviembre 2009
Agosto 2016