miércoles, 27 de abril de 2016

UNA VIDA A TRAVÉS DEL CINE

UNA VIDA A TRAVÉS DEL CINE. Homenaje a los cines de Valencia.

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Desde pequeño recuerda su pasión por el séptimo arte. King Kong fue la primera película que recuerda haber visionado con el beneplácito de sus padres en una sesión de noche frente al televisor.
Rememora la furia de aquel gorila gigantesco, luego su ternura, y después, su violenta y dramática destrucción. Fay Wray fue su primer mito erótico, la fragilidad de la protagonista frente a la bestia enamorada que la acariciaba con su enorme dedo. La sensualidad de la actriz con esas ropas desgarradas que le provocaron sus primeros sueños húmedos.
  

  Aún evoca la sensación de felicidad, sentado en el regazo de su padre, mientras le hacía cosquillas en la espalda frente al antiguo televisor «Zénit», testigo de la muerte del dictador. La pantalla acumulaba estrellas: Fred Astaire y Ginger Rogers, los Hermanos Marx, John Wayne, Gary Cooper; y sus actores favoritos, Cary Grant, con su elegancia en Con la muerte en los talones y el imponente físico de Burt Lancaster en El halcón y la flecha.


                                              
                                             
        Sus primeras proyecciones fueron en el Liceo Francés de Valencia. Cierra los ojos y visiona aquella sala pequeña dónde los alumnos disfrutaban con las aventuras de Herbie el coche parlanchín con personalidad propia, uno de los films de la factoría Disney; o la censura en las escenas más explícitas de Fiebre del Sábado noche.

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         Recuerda los cines por los que fue creciendo:
Las tardes en el Goya junto a su tío. Viajaba en el tiempo con el personaje de Maciste,en las pelis históricas de aventuras denominadas Péplums, o las de Tarzán, ya en color y sin Johnny Weismuller.
El Museo y la primera visión de El gran dictador.
En el cine Oeste,  E.T. El Extraterrestre conmovió a toda la familia y Terremoto asustó al público con unos sorprendentes efectos especiales al traquetear las butacas en las escenas del seísmo.
En el Eslava, y la proyección de  ¿Por quién doblan las campanas? el film prohibido por el régimen fascista más famosoGary Cooper e Ingrid Bergman protagonizaban esta cinta de hermosa fotografía.

En el Tyris, invitados al cumpleaños de un compañero de clase, acabaron haciendo el gamberro durante la proyección de la aburrida Mahoma. Ahora pide perdón por este hecho.

       

Los veranos disfrutaba de aquella sala de cine en el pueblo, que desapareció al poco tiempo. Acudía acompañado de sus padres que se sorprendieron de la violencia de Mad Max, Salvajes de autopista, (ahora resulta irrisorio)o aquella sesión doble, con el engañosos título que no recuerda con exactitud ¿quizás fuese Historia de una monja de clausura? Resultó una película clasificada "S" de nacionalidad italiana. Lo que no escapa a su memoria es el desnudo de aquella joven novicia de cabellos rubios y a su madre pidiéndole que se tapase los ojos en las escenas subidas de tono. Las rendijas de los dedos resultaron una bendición de Dios.

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        La adolescencia significaba libertad de movimientos. Viajaba en tren con la pandilla de Benaguacil al municipio de Liria, donde existían varios cines. Era toda una aventura desplazarse sin billete, si el revisor aparecía saltaban del vagón para subirse a otro con el tren en marcha. 
Allí elegían la sesión doble que más les gustaba, Con frecuencia la programación iba acompañada de una película de estreno y otra erótica Italiana, los intérpretes eran fijos: Renzo Montagnani, Edwige Fenech o Álvaro Vitalli, (el erótico Jaimito del momento).
        En una de esas sesiones descubrió el cine en 3 D, con El gorila ataca, película japonesa de serie B. El público gritaba y se asustaba cuando el enorme simio lanzaba una serpiente gigantesca a la cámara. Disfrutaba  de las reacciones del personal con sus ridículas gafas.
  

        La belleza de Jesica Lange en Tootsie le enamoró. Hasta tres veces visionó este film con su amigo Enrique. En casa de su colega, los vídeos de John Carpenter regalaban tardes perfectas: 1997, rescate en New York o Asalto a la comisaría del distrito nº 13; añora aquellas conversaciones: amistad, juventud y amor por el séptimo arte.


            El cine bélico lo atrapó, la tensión de las misiones repletas de peligros: Patos salvajes y su reparto de viejas glorias, La impactante El último tren a Katanga o las aventuras de Clint Eastwood en el desafío de las águilas.
        El Spaghetti Western de Leone en  Por un puñado de dólares, las aventuras de Terence Hill y Bud Spencer o aquel extraño experimento del genial Woody Allen en Lilly, la tigresa.

  
        En la capital, acudía con sus amigos al Avenida. Era el boom del cine erótico: BilitisLa mujer del Juez, con Norma Duval, el icono sexual de la época; o las comedias de Esteso y Pajares, siempre acompañados de féminas ligeras de ropa.

        No sólo se alimentaban de películas subidas de tono. El colosal cine Serrano, perfecto para proyectar Evasión y Victoria, convirtiendo la sala en un espectáculo de fútbol y cine. O el Lys y la excelente secuencia bañada en sangre al ritmo de los zapatos de claqué de Gregory Hines en la soberbia Cotton Club.

        Entraba gratis al cine Gran Vía. Su abuelo conocía al portero de la entrada. Una gozada disfrutar gratis  de las aventuras de Indiana JonesAlien, el 8º pasajero, Dune o las secuelas de La guerra de las galaxias, entre otras. Si la ubicación se lo permitía, repetía la sesión agazapado en la butaca.
        

        En el Instituto coincidió con  otros dos enfermos del celuloide. Impresionante aquella sesión triple de James Bond, en el cine D´Or.
Su amigo Roger, (no era Roger Moore), grababa cada película con un magnetófono para registrar la banda sonora. Resultaba increíble escuchar un film como Tiburón sin imágenes.
        La proyección más triste de su vida fue la de En busca del arca perdidaUno de sus amigos quedo paralítico al caer de un primer piso, la pandilla pasó aquella Nochevieja acompañándolo junto al atlético Harrison Ford y sus aventuras. ¡Qué paradoja!

       Esperando el fatídico día de su incorporación a filas, se obsesionaba completando su diccionario de directores. Durante años había recopilado filmografías a través de periódicos, carteleras, revistas y radio.
 Se recluía los fines de semana con cinco o seis películas, aprovechando que su hermana trabajaba en un  Video-Club. Era feliz rodeado de David Cronenberg, Walter Hill, Brian De Palma, los maestros Alfred Hitchcock y Orson Welles  y su Ciudadano Kane; las películas bélicas de Robert Aldrich o David Lean; los westerns de John Sturges y Anthony Mann.


        La noche anterior a su incorporación a filas sus amigos le organizaron una despedida, lo mejor fue la proyección en el cine Rex  de Mad Max III y por supuesto Tina Turner y su canción.
        
        El primer destino militar era Cartagena. En sus pocas salidas como recluta, atraídos por la carnal belleza de Kelly LeBrook (lo mejor de La mujer de rojo) visionaron el infame film La mujer explosiva. Nunca entendió como semejante mujer estuvo casada con el cafre de Steven Seagal.
        En su lejano destino de Las Palmas de Gran Canaria, dos visitas al cine le ayudaron a sobrellevar el calvario que padecía: Regreso al futuro Legend.
Cuatro meses más tarde, de vuelta a Cartagena y gracias a la buena estrella de una permuta, Ben-Hur se convirtió en su film fetiche. La proyectaban al menos dos veces al mes, y le producía un plácido sueño que solo era molestado por la espectacular carrera de cuadrigas.

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Al poco tiempo de acabar la mili, le llegó el amor de su vida. Un amor de cine. No en vano la primera película que visionaron  juntos, en el Aula 7, se titulaba Delirios de amor, dirigida por varios directores españoles. Fragmentada en cuatro historias diferentes ofrecía la curiosidad de estar dirigido uno de los episodios,  por ese excelente artista llamado Luís Eduardo Aute.


Durante los años siguientes recorrieron las salas de la ciudad visionando cientos de películas: 
la polémica La última tentación de Cristo en el Capitol; clásicos como La noche del cazador en elAragón, ¡Qué grande Robert Mitchum! Y su personaje  con sus dedos tatuados con las palabras «amor» y «odio»; El último emperador en el Acteón; Grita libertad y Sinatra con el gran Alfredo Landa en el  Paz, una sala que recuerda extensa, grandiosa y que había visitado tantas veces de pequeño;
        
Interior cine Paz, calle Ruzafa (Valencia)

el Artis y el sensacional director Costa-Gavras  y su Caja de música, la espectacular El último mohicano o la última proyección de la sala que recuerda con tristeza: RoninEl nombre de la rosa, en el Suizo; Blake Edwards y su inspector Clousseau o Robert Altman y sus Vidas cruzadas en el ABC Marti. Estas fueron las primeras multisalas de la ciudad de Valencia, que tanto mal han hecho a los cines de barrio; la tarde tan intensa con los tres films de Eric Rohmer en el Metropol; Terciopelo azul en el Valencia Cinema; Los Monty Python en el Xerea con La bestia del reino y los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores.      


 Recuerda aquel regalo que recibió entre lágrimas, cuando su chica le regalo la cámara de video. La bonita experiencia del cursillo de cine, dónde diseccionaron Muerte en Venecia de Luchino Visconti, descubriendo la belleza de sus imágenes, y el disfrute de la realización de un cortometraje que jamás olvidará.
        Los compañeros del equipo de rodaje fueron invitados a dos estrenos bien diferentes en la sala de cine del periódico Levante. La flojita Stargate y La pasión turca. Lo que hubiera dado por continuar en el mundo de la realización cinematográfica, pero la vida le llevó por otros derroteros.


        Las proyecciones al aire libre en verano con su bocata y la bebida le resultaban de lo más gratificante. La desaparecida Terraza Barcelona y la antigua Terraza Lumiere (la nueva es demasiado comercial y ruidosa), con  filmes de Stanley Kubrick y de Woody Allen; la soberbia Atrapado por su pasado de Brian De Palma, con Al Pacino y Sean Penn en estado de gracia.
        La Terraza Flumen en la que deleitaron su vista con  filmes tan dispares y críticos como Ciudadano Bob Roberts de Tim RobbinsUn lugar en el mundo, emotiva película del gran cineasta Adolfo Aristarain.


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En la actualidad, de todas estas salas solo resiste el D´or,  último baluarte para poder disfrutar de una proyección con sabor a los años dorados del cine. 

        Estas líneas son el homenaje a todas estos cines desaparecidos y el recuerdo imborrable de una vida. Los palcos, las trabajadas decoraciones, los techos infinitos, la inmensidad de los recintos, las grandiosas pantallas, las monumentales estructuras,  las impresionantes lámparas, los maravillosos fotogramas con sus antiguos soportes, la oscuridad de la sala, esa luz mágica que se transformaba en imágenes y el anuncio de la música que te envolvía y te atrapaba hacía otra sesión fascinante que te ayudaba a olvidar un mundo difícil de digerir. Un mundo que lo fagocita todo, pero que jamás nos quitará la ilusión del recuerdo.

Termina recordando el final de Cinema Paradiso y la hermosa música de Ennio Morricone y aquellos besos inolvidables que hacen saltar las lágrimas de una vida inolvidable.  

UNA VIDA A TRAVÉS DEL CINE.




          
                                José V. Navarro.                       
                        Noviembre 2009
                                 Agosto 2016