La crítica tachaba al
director Alan Parker de efectista, de recurrir de forma gratuita a la búsqueda
de sensaciones en el espectador.
En
sus inicios se dedicó a la publicidad y pronto pasó a dirigir anuncios para la
televisión. Esto marcaría el estilo de
sus películas y le dio resultado, logrando su objetivo.
Recuerdo la publicidad de El
expreso de medianoche (78) quizás el film que marcó su trayectoria logrando
un gran éxito. Con un guión de Oliver Stone basado en el libro que escribió
Billy Hayes contando su experiencia en una cárcel turca de Estambul bajo una
condena de 30 años por tráfico de drogas, el director de Las cenizas de Ángela recurre a los instintos básicos del público.
La puesta en escena del tétrico sistema carcelario, los deprimentes
habitáculos, la oscura y malsana convivencia con el resto de presos resulta
modélica. ¿Quién no recuerda la violenta escena de la lengua? Cuando el
personaje explota y los espectadores nos vengamos y nos identificamos, por eso
está grabada en nuestra mente.
Con todos sus defectos, quizás el plano y convencional
retrato malsano de los carceleros y del director de la prisión puede tacharse
de efectista, sin embargo logra su objetivo global. El film se apoya en
excelentes actuaciones (Brad Davis y el inolvidable personaje de John Hurt) y
en una música de Giorgio Moroder acorde a la dirección de Parker.
Con Fama (80) logra
renovar el género con este drama musical repleto de excelentes números y con
una energía que camufla el por momentos flojo argumento. El éxito del film dio
lugar a una famosa serie. Parker volvía a conseguirlo.
El director iniciaba su mejor década en buena forma atreviéndose con un experimento atípico. The Wall (El
muro) (82) plasma en un largometraje el excelente disco de Pink Floyd convirtiéndose
en un ejercicio visual grandilocuente agrandando su mito.
La realización de Birdy
(84) se acercaba a un cine más personal contando el drama de un joven
enamorado de los pájaros que deseaba convertirse en uno de ellos para poder
volar. Una obsesión que se explica en la búsqueda de la libertad dentro de una
ciudad y un barrio deprimente, cuya única salida parecía ser alistarse en el
ejército.
La crítica a las secuelas de la guerra (Vietnam) es el
vehículo de la estructura del film. Birdy está recluido en un hospital militar debido
a un shock traumático, no habla, apena come y siempre adopta posturas extrañas
imitando a los pájaros (excelente papel de un joven Mathew Modine al que le
esperaba el soldado Bufón de La chaqueta
metálica).
Su
íntimo amigo (Nicolas Cage cuando aún era un aceptable actor antes de ganar el
oscar) regresa del conflicto armado con graves heridas en el rostro. Su
intención es lograr que Birdy recobre la cordura recordando su pasado.
El
director británico consigue alejarse del drama gracias a un personaje tan
atípico, para ello la actuación del actor que encarna a Birdy es modélica
haciendo creíble su simbiosis con las aves, tanto en el desarrollo de su
persona como en las secuencias del hospital. Si añadimos la estética fotografía
de Michael Serezin (habitual colaborador del director) y la eficiente música de
Peter Gabriel el film se acerca a los mejores trabajos de su director, logrando
la Palma de Oro en Cannes.
Si
hablamos de efectismo El corazón del
Ángel (87) tenía los ingredientes perfectos para Alan Parker. En esta
historia de un detective que desciende a los infiernos en una investigación
alrededor de crímenes y sacrificios con el Vudú de fondo, el estilo estético y
oscuro del film junto al despliegue técnico y de diseño dieron rienda suelta a
esta pesadilla. Mickey Rourke en su mejor momento junto a un Robert De Niro
ejerciendo de estrella, sin olvidar a Lisa Bonet en su mejor papel redondearon
este intenso film. Un año después con el sistema engrasado y un perfecto guión
Alan Parker lograba su obra más redonda.
Arde Mississippi (88)
anuncia el conflicto en su primer plano, un lavabo con dos grifos separados y
los letreros white y colours indican dónde beben los blancos
y dónde los negros; la fuente de los blancos es un sistema metálico que parece
refrigerado, un hombre se acerca y bebe; un niño de raza negra se acerca al
grifo marcado que le corresponde y bebe, es de un mármol cutre y antiguo. Tras
el título del film, una bella canción con una inconfundible voz negra acompaña
las imágenes del incendio de una casa que se va derrumbando, mientras los
títulos de crédito van apareciendo. El conflicto racial está expuesto y
estallará. El director lo anuncia y lo cumple con creces.
En
1965, en un pueblo sureño con gran presencia del Ku Klux Klan, tres activistas
defensores de los derechos humanos desaparecen.
Dos agentes del FBI llegan al pueblo para hacerse cargo de la
investigación.
Todo
en este film parece encajar a la perfección, el tema racial manejado con
pericia, un guión cuadrado, la excelente fotografía de Peter Biziou (el único
oscar de sus 7 nominaciones), la magnífica banda sonora de Trevor Jones, el
adecuado ritmo donde las intensas secuencias se van enlazando, los excelentes
protagonistas y sus precisos personajes encarnados por dos soberbios actores:
Willem Dafoe y Gene Hackman. Los lujosos secundarios: la sensible Frances
McDormand, el patético Brad Dourif, el odioso Michael Rooker… Un film con un
ritmo soberbio y preciso, de imprescindible visión.
Esta
vez Alan Parker conjugaba a la perfección su estilo en una obra dónde lo
artístico y lo comercial se solaparon.
Dos
frases: ¿Cuánto se atrasan los relojes en
Mississippi? Un siglo.
¿Le gusta el beisbol? Es el único
sitio donde un negro puede mover un palo ante un blanco sin comenzar un
disturbio.
Tras
el éxito de Arde Mississippi, el
realizador inglés se embarca en un melodrama sobre la segunda guerra mundial
desaprovechando el fondo histórico de los campos de concentración japoneses
dentro de los propios EEUU consecuencia del ataque de Pearl Harbour. Bienvenidos al paraíso (90) se centra en
la historia de amor de un americano sindicalista (Dennis Quaid) con una hija de
japoneses nacida en los Estados Unidos (Tamlyn Tomita), desaprovechando el tono
crítico a favor de una historia y una realización más convencional pese al
despliegue de medios.
Su
última gran película la realiza en Reino Unido con un presupuesto alejado de
las grandes producciones y recuperando el género musical. The Commitments (91) adapta la novela del conocido autor irlandés
Roddy Doyle (La camioneta adaptada al
cine por Stephen Frears) que también participa en la escritura del guión.
El
film comienza con un mercado tradicional ubicado en un barrio proletario de
Dublín, allí el protagonista intenta vender cintas de casetes o camisetas sin demasiado éxito, después
acude al típico convite dónde un patético grupo de música intenta amenizar la
velada. A partir de ese momento arranca su sueño de formar una banda de música
soul.
Salpicada
de notables canciones, fantásticas y naturales actuaciones de un joven y
desconocido elenco actoral, el film retrata los problemas sociales y la vida en
el barrio o la divertida familia del protagonista; destacar la presencia de
Colm Meaney (antes de La Camioneta y Café Irlandés).
Divertida
y con un ritmo fresco el film avanza con el casting del grupo, las pruebas, las
actuaciones y los problemas de una banda que busca el sueño de la fama.
Un
film dinámico dónde disfrutamos de un buen puñado de fantásticas canciones y
una puesta en escena soberbia. El mejor film musical de Alan Parker.
Tras
esta magnífica película Alan Parker se alejará del estilo inconfundible de sus
películas de éxito filmando la decepcionante El balneario de Battle Creek (94) o el convencional drama Las cenizas de Ángela (99) adaptación del
famoso libro de Frank McCourt. Su vuelta al musical fue con Evita (96), un film fallido sobre el
famoso libreto de Andrew Lloyd Webber.
En
su último film La vida de David Gale
(2003), Parker recurría a otro tema espinoso tan abundante en su filmografía,
la pena de muerte. El film tiene una notable factura y un excelente reparto
encabezado por Kevin Spacey, Kate Winslet y Laura Linney, sin embargo pierde su
premisa deslizándose hacía el thriller con sorpresas. Pese a todo la cinta
resulta interesante pero sin la fuerza de sus mejores películas.
Alan
Parker sabía cómo llegar al gran público con excelentes realizaciones y aportaba los golpes de efecto precisos cuando eran necesarios.
El
director inglés firmó su última película en el 2003, decidió no seguir filmando por la dificultad de levantar proyectos y quizás, porque ya sentía
que lo había dicho todo en el cine.
Y
lo dijo de verdad.